21 de febr. 2013

Desfilar

   
"[...] El esteticismo de Mallarmé y de Proust no significa que adopten una actitud pasiva, esencialmente contemplativa frente a la vida, ni siquiera tampoco que consideren la obra de arte como un fin en sí misma, como un juego autosuficiente o como la única compensación verdadera de los desengaños de la vida, sino más bien, que ven en la obra artística la realización y culminación en sentido propio de una existencia que aparece, en otro caso, como inclonclusa e inarticulada. Su esteticismo no consiste tan sólo en la convicción de que la vida aparece en las formas del arte más bella y conciliadora de lo que es en realida, sino también en que, como dice Proust, el último gran impresionista, sólo en la forma del recuerdo, de la visión, de la conformación artística, que rescatan las vivencias de las fauces del tiempo y del olvido, se hace la vida una realidad plena de sentido. Nosotros tenemos la máxima conciencia de nuestras vivencias, y éstas se nos hacen presentes con máxima intensidad, no cuando nos enfrentamos con los hombres y las cosas, sino cuando ya no estamos implicados directamente en los sucesos y sólo participamos en ellos como espectadores, es decir, cuando creamos o gozamos obras de arte o cuando recordamos. El arte no reproduce algo que nosotros tenemos y conocemos ya, sino que descubre algo desconocido para nosotros y crea un mundo de objetos que, sin el arte, no existiría para la experiencia ni para la conciencia. Si se considera el arte desde este punto de vista, adquiere un nuevo sentido la arbitrariedad del manierismo frente a la realidad, el carácter caprichoso de sus formas y la artificiosidad de su lenguaje formal. Ahora se entiende mejor por qué sus creaciones eran, desde un principio, artefactos, y por qué mantenían siempre algo de su artificialidad."


(ARNOLD HAUSER, Literatura y manierismo)