EL CARÁCTER DEL ENEMIGO
XXII
Si quieren ustedes saber
la edad de la tierra, observen el mar durante una tempestad.
[...]
Los temporales tienen su
propia personalidad, y, después de todo, tal vez ello no sea extraño, pues, al
fin y al cabo, son adversarios cuyas artimañas debe uno desbaratar, cuya
violencia debe uno resistir, y con los que, sin embargo, ha de vivir en la
intimidad de las noches y los días.
[...]
El hombre es siempre muy
moderno en su pròpia época. Resulta imposible saber si los marinos de dentro de
trescientos años poseerán la facultad de la simpatía. Una incorregible
humanidad va endureciendo su corazón en el progreso de su propia perfeccionabilidad.
¿Qué sentiran al ver las il·lustracions de las novel·les marítimes de nuestros
días, o de nuestro ayer’ Es imposible adivinarlo.
[...]
Sea cual sea la
embarcación que diestramente gobierne, el marino del futuro no será nuestro
descendiente, sino tan sólo nuestro sucesor.
[...]
XXIII
Y tantes son las coses
que dependen de las embarcaciones que, hecha por el hombre, es una con él, que
el mar tendrá para ese marino un aspecto diferente.
[...]
Antes de saber bien lo
qué estaba pasando, todas las velas que teníamos desplegadas habían estallado; las
aferradas ondeaban sueltas, los cabos volaban, el mar silbaba –silbaba
espantosamente–, el viento aullaba y el barco se puso tan de costado que la
mitad de la tripulación estaba nadando y la otra mitad se agarraba
desesperadamente a lo que tuviera más a mano, el lado de la cubierta en
que a cada hombre le hubiera pillado la catástrofe, a sotavento o a barlovento.
El griterío no hace falta ni mencionar-lo –era una simple de gota en un océano
de ruido–, y sin embargo, el carácter del temporal parece encerrado en el
recuerdo de un hombre bajo, cetrino, nada llamativo en ningún aspecto, con la
cabeza descubierta y el rostro petrificado.
[...]
En cuanto al barco, no
hace falta decir que, aunque se vio momentáneamente englutido en una de las
noches más negras que alcanzo a recordar, no desapareció. En realidad no creo
que existiera en ningún instante grave peligro de semejante cosa, pero desde
luego la experiencia fue ruidosa y particularmente aturdidora. Y sin embargo es
el recuerdo de un silencio abrumador lo que pervive.
[...]
XXIV
A fin de cuentas, un
temporal de viento, esa cosa de sonido tan poderoso, es algo inarticulado. Es
el hombre quien, con una expresión fortuita, interpreta la pasión elemental de
su enemigo.
[...]
Los temporales de viento
en el mar son de una variedad infinita, y, dejando de lado el peculiar,
terrible y misterioso gemido que a veces puede oírse atravesando el bramido de
un huracán –dejando de lado ese sonido inolvidable, como si al alma del
universo la hubieran aguijoneado hasta arrancarle un lúgubre quejido–, es la
voz humana, después de todo, la que imprimí la huella de la conciencia humana en el
carácter del temporal.
(JOSEPH CONRAD, El
espejo del mar
–Trad. Javier Marías–).
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