13 de març 2014

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EL CARÁCTER DEL ENEMIGO

XXII
Si quieren ustedes saber la edad de la tierra, observen el mar durante una tempestad.
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Los temporales tienen su propia personalidad, y, después de todo, tal vez ello no sea extraño, pues, al fin y al cabo, son adversarios cuyas artimañas debe uno desbaratar, cuya violencia debe uno resistir, y con los que, sin embargo, ha de vivir en la intimidad de las noches y los días.
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El hombre es siempre muy moderno en su pròpia época. Resulta imposible saber si los marinos de dentro de trescientos años poseerán la facultad de la simpatía. Una incorregible humanidad va endureciendo su corazón en el progreso de su propia perfeccionabilidad. ¿Qué sentiran al ver las il·lustracions de las novel·les marítimes de nuestros días, o de nuestro ayer’ Es imposible adivinarlo.
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Sea cual sea la embarcación que diestramente gobierne, el marino del futuro no será nuestro descendiente, sino tan sólo nuestro sucesor.
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XXIII
Y tantes son las coses que dependen de las embarcaciones que, hecha por el hombre, es una con él, que el mar tendrá para ese marino un aspecto diferente.
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Antes de saber bien lo qué estaba pasando, todas las velas que teníamos desplegadas habían estallado; las aferradas ondeaban sueltas, los cabos volaban, el mar silbaba –silbaba espantosamente–, el viento aullaba y el barco se puso tan de costado que la mitad de la tripulación estaba nadando y la otra mitad se agarraba desesperadamente a lo que tuviera más a mano, el lado de la cubierta en que a cada hombre le hubiera pillado la catástrofe, a sotavento o a barlovento. El griterío no hace falta ni mencionar-lo –era una simple de gota en un océano de ruido–, y sin embargo, el carácter del temporal parece encerrado en el recuerdo de un hombre bajo, cetrino, nada llamativo en ningún aspecto, con la cabeza descubierta y el rostro petrificado.
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En cuanto al barco, no hace falta decir que, aunque se vio momentáneamente englutido en una de las noches más negras que alcanzo a recordar, no desapareció. En realidad no creo que existiera en ningún instante grave peligro de semejante cosa, pero desde luego la experiencia fue ruidosa y particularmente aturdidora. Y sin embargo es el recuerdo de un silencio abrumador lo que pervive.
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XXIV
A fin de cuentas, un temporal de viento, esa cosa de sonido tan poderoso, es algo inarticulado. Es el hombre quien, con una expresión fortuita, interpreta la pasión elemental de su enemigo.  
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Los temporales de viento en el mar son de una variedad infinita, y, dejando de lado el peculiar, terrible y misterioso gemido que a veces puede oírse atravesando el bramido de un huracán –dejando de lado ese sonido inolvidable, como si al alma del universo la hubieran aguijoneado hasta arrancarle un lúgubre quejido–, es la voz humana, después de todo, la que imprimí la huella de la conciencia humana en el carácter del temporal. 

(JOSEPH CONRAD, El espejo del mar

–Trad. Javier Marías–).