[...] El arte no es cultura, el arte tiene un lado inclinado hacia
la formación, la educación la cultura, pero sólo porque no es todo eso, sino lo
otro, es decir, arte. Se tendría que percibir la vehemencia de creación de
nuestro tiempo para eliminar los restos de barro burgués y aclarar
tipológicamente una vez ambos conceptos. El exponente de la cultura: su mundo
consta de humus, de tierra de jardín, elabora, cuida, edifica, se le señala el
arte, el aplicarlo y el contraerlo, pero en principio elabora, extiende ahueca,
siembra, ensancha, está orientado horizontalmente. Sus movimientos son ondas
continuas, es partidario de cursos, de cursillos, cree en la historia, es
positivista. El exponente del arte es estadísticamente asocial, apenas sabe
algo de antes y después de él, sólo vive para su material interno, para éste
recoge en sí impresiones, es decir, las atrae hacia dentro, tan profundamente
hacia dentro que toca su material, intranquiliza e impele a las descargas. Está
completamente desinteresado en la propagación, en el efecto de superficies, en
el aumento de recepción, en la cultura. Es frío, el material tiene que mantenerse frío, tiene que formar la idea, las embriagueces, de las cuales los otros pueden fiarse humanamente, es decir, tiene que endurecer, enfriar, dar estabilidad a lo blando. Es cínico, y tampoco pretende ser otra cosa, mientras que los idealistas se hallan entre los exponentes de la cultura y las clases productivas. [...]
(GOTTFRIED BENN, Doble vida y otros escritos autobiográficos, -pg. 46-)
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