30 de gen. 2015

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Discutían los retóricos antiguos sobre si estas leyes de proporción deben ser observadas en todo el fluir del período o sólo al principio y fin. Cicerón pensaba (Oratur, 199), que aunque según la opinión general basta con que se encuentre una cadencia numerosa al terminar el pensamiento, no es esta la condición única, sino que todo el período va dirigido desde el comienzo hacia su terminación, y que considerado en su conjunto todo él debe fluir con tal andadura, que al llegar a su término se detenga por sí mismo. Todas las palabras, tanto las del principio como las de enmedio, deben preparar para el final. 

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Se trataba de hacer pronunciar a diferentes personas, que no estuviesen prevenidas, la sílaba ta indefinidamente: ta, ta, ta, ta... Las personas utilizadas pertenecían a diferentes edades y clases sociales, y toda eran nativas de la lengua española, unas de varias regiones peninsulares, otras hispanoamericanas. Se notaba, inmediatamente en algunos casos, y a los pocos segundos en los más, que espontáneamente agrupaban de dos en dos las sílabas pronunciadas y tendían a cargar el acento sobre la primera de las dos sílabas así agrupadas. La agrupación preferida y constante era pues: táta, táta, táta, táta. Con muy pocas excepciones, después de mayor o menor vacilación, adoptaron un ritmo binario y trocaico. Rousellot, en sus Principes de Phonétique expérimentale, explica una observación análoga practicada con numerosos individuos de lengua francesa, los cuales organizaban la única sílaba repetida en grupos también bisílabos, pero con acento en la segunda ; es decir, con ritmo binario y yámbico: tatá, tatá, tatá, tatá. De aquí procede la apariencia de rapidez que tiene la lengua francesa para los extranjeros. Y sin embargo el francés no es más rápido ni más lento que los demás idiomas: es simplemente el efecto acústico que producen las sílabas que se precipitan hacia el acento agudo final. Por el contrario, la acentuación española da a los franceses una impresión de ralenti, como un frenazo que detiene la marcha de la dicción en la penúltima sílaba. Este es uno de los factores que en el aspecto lingüístico caracterizan la llamada gravedad castellana. 
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La frecuencia en catalán de numerosos monosílabos y formas contractas, dan a la pronunciación catalana un tipo yámbico, quizá preponderante, que convive con el trocaico en proporción considerable; de modo que adquiere una fisonomía rítmica intermedia entre el francés y el castellano."


(ESTUDIOS SOBRE EL RITMO, Samuel Gili Gaya)